Pedaleando de Molina a La Quiaca

José Luis Vallejo nació el 16 de febrero de 1962 en San Nicolás, pero se considera un “molinense por adopción” desde hace ocho años a partir de la decisión de radicarse en la localidad junto a su compañera Gloria Monzón. En un imperdible mano a mano con Hola Vecinos, abrió su corazón y nos contó todos los detalles del viaje que emprendió en su bicicleta con tráiler a tracción el 27 de septiembre del año pasado hacia la provincia de Jujuy.

Por Ana Clara Spinelli

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Fue vecino de toda la vida del barrio nicoleño Alto Verde y se desempeñó durante muchos años como trabajador metalúrgico hasta su jubilación. A principios de 2015 decidió instalarse en Juan B. Molina y desde entonces se considera un hijo nativo más de esta localidad que tan bien lo recibió y lo cobijó, siendo el lugar elegido por él para encarar este gran desafío de viajar hasta La Quiaca en bicicleta.

Para conocer los orígenes de esta idea hay que remontarse a su etapa escolar, allá por la década de 1970, mientras cursaba quinto grado de la Escuela Primaria N° 20 de San Nicolás y por un dato que brindó en una de sus clases la maestra de Geografía, Nidia de Capobianco, al referirse a la provincia ubicada en el noroeste argentino.

Ante la consulta de por qué eligió hacer el trayecto en bicicleta y no en otro medio, Luis respondió: “Es la mejor forma de contactar más con la gente. Si lo hago en vehículo, es chau y nada más. Yo amo la naturaleza e incluso soy de salir a pedalear solo”. El objetivo, según nos confió, era disfrutar del paisaje sin desviarse en el camino para conocer otros lugares turísticos, más allá de las recomendaciones que había recibido. Su destino era La Quiaca y lo cumplió a rajatabla.

Para poder iniciar el viaje, que duró 47 días en total, logró hacerse de una hoja de ruta a los fines de ir marcando cada uno de los pueblos por los que pasaba dado que no llevaba consigo ningún tipo de aparato tecnológico. Entonces, cuando lo necesitaba, hablaba con los vecinos para saber cómo llegar hasta la siguiente localidad.

“Muchos me dicen que la gente del norte es más buena. Y la realidad es que no, porque desde que salí siempre me trataron muy bien. Por las noches dormía en un taller mecánico, en una gomería, en estaciones de servicio, en comisarías y en puestos de Gendarmería. Solía descansar un promedio diario de seis horas”, comentó Vallejo.

La bicicleta acarreaba una casilla rodante que, a su vez, le era útil para cocinar, preparar café y conservar las frutas que luego consumía en el camino. “Eran 90 kilos de peso en total. Para ducharme, llevaba un bidón de siete litros con una canillita, la cual colgaba en una plata, es decir, necesitaba conseguir agua nomás. Si no, la mayoría de las veces pagaba la ficha en las estaciones de servicio”, aseguró.

En su relato, Luis se encargó de aclarar que se preparó, estudió y entrenó mucho previo al viaje y que “no es que me fui a hacer una aventura peligrosa”. Dividió el trayecto en tramos de 11 horas, aunque no pedaleaba todo el rato, sino que frenaba para tomar mates, comer, dormir una siesta o bañarse en las acequias. Otro dato que aportó fue que “de acá hasta allá fue todo sequía”.

“Al llegar a La Quiaca sentí una emoción muy grande”, dijo Luis –casi entre lágrimas– al revivir ese momento, y continuó: “Pensé en la familia y en los amigos, que muchos me decían que no iba a llegar a Córdoba. Fue todo un desafío. Solo estuve cinco horas en La Quiaca porque era una ciudad muy movida y yo buscaba tranquilidad”.

De esas cinco horas, cuatro conversó con los lugareños y la hora restante la utilizó para almorzar un menú especial: estofado de llama, un plato que saboreaba por primera vez en su vida y que luego lo pediría unas cinco veces más. “Es una ciudad de 15.000 habitantes que no tiene bicicletería y yo tenía que hacer algunas reparaciones antes de emprender la vuelta, que era en bajada. Recién las pude hacer en Abra Pampa, a 70 kilómetros de ahí”, reveló.

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Luis destacó también que el disfrute fue por igual tanto a la ida como a la vuelta, pero que le resultó más rápido el regreso ya que la ciudad norteña se encuentra a más de 3.400 metros sobre el nivel del mar. Y, ojo, porque no eligió cualquier día para volver: lo hizo el 12 de noviembre con la intención de llegar de sorpresa para presenciar la actuación de su compañera Gloria en la obra de teatro que se presentaba esa noche en la Sociedad Italiana.

“Pensé que no llegaba el sábado, sino el domingo. Cuando venía por Fuentes empezó a calmar el viento, entonces agaché la cabeza y le empecé a dar. Faltaban muchos kilómetros y cuando quise acordar estaba en Uranga. A las siete de la tarde, ya estando en Cepeda, lo llamé a Ayrton (Donnari) porque sabía que estaban organizando un recibimiento en Stephenson con los bomberos, la policía y un grupo de ciclistas de San Nicolás”, explicó.

Quien estaba al tanto de la situación era Analía Antonelli, presidenta de la Comisión Directiva de la Sociedad Italiana de Juan B. Molina. “Me dijo que lo mejor era que me venga así le daba la sorpresa a Gloria, con lo cual no hubo recibimiento allá. Llegué, me duché, fui a ver la obra y cuando terminó me hice ver por ella. Subí al escenario, hablé un poquito y hasta el día de hoy la gente me pregunta cuándo salgo a pedalear”, deslizó.

Por su parte, desde la Comuna local le hicieron llegar un termo y una carta a modo de presente tras la aventura realizada. “Aprecio más la carta que el termo”, afirmó Luis, quien ya visualiza su próxima meta: viajar en su bicicleta a la Fiesta del Mondongo y la Torta Frita, que tendrá lugar el 1° de mayo en Santa Coloma, partido de Baradero, provincia de Buenos Aires. “La idea es salir el 29 de abril. Tengo dos días para ir, dos días para volver y un día para estar allá. Ayrton, esta vez, me quiere acompañar”, declaró.

Sobre el final de la entrevista, y con gran entusiasmo, volvió a agradecer a toda la gente que se cruzó en el camino, donde muchos le ofrecieron dinero, sándwiches y hasta la invitación de un plato de comida en un restaurante. “Como mensaje puedo decir que la bicicleta es salud. Yo soy una persona que no tomo remedios para nada y, con 61 años ya cumplidos, ando bien. Siempre digo que el vehículo es importante para ir lejos, para las necesidades que cumple cada uno, pero para andar acá dentro del pueblo hay que caminar y andar en bicicleta”, concluyó Vallejo.